Imágenes: Cortesía
“El niño salvaje” es una crítica profunda e implacable al abandono de las infancias desde todas las estructuras del sistema.
El montaje muestra la indiferencia, la crueldad y la objetualización de muchas niñas y niños, que nacen abandonados y olvidados desde la primera institución de la cual el sistema se jacta: "la familia patriarcal”. Después de la familia, el sistema profundiza y agudiza, la crueldad y el olvido. Sin embargo, este proceso está ordenado, conducido, elaborado bajo una narrativa que juega a atender a estos niños y niñas, cuando en realidad, los cosifica, los estigmatiza y los ignora. La estructura social pasa por encima de las personas; sobre todo, de las infancias, que son una población sin voz, ni espacio en el mundo.
En la puesta en escena un hombre cualquiera se encuentra con un niño salvaje. A partir de ese momento, su vida se fractura. Un profundo cariño crece entre ambos y con el cariño, la impotencia. El sistema tiene preparado para este salvaje un destino de dolor y olvido. El hombre está solo, lo único que le sobrevive es la huella del vínculo.
Rousseau cree que la humanidad es buena por naturaleza y es la estructura social la que distorsiona ese impulso. Este hombre cualquiera responde a su impulso salvaje de bondad. Así pues, podemos ver el concepto de lo salvaje desde dos perspectivas.
“El niño salvaje” es la forma en que el sistema señala a la niña que está fuera de los órdenes sociales, que no se conduce como una niña normal. Por otro lado, el hombre acude a su impulso más natural, más salvaje, más intuitivo de la especie, para salvar a sus pares.
Esta historia está contada desde la perspectiva del hombre, porque como él mismo lo dice “ella nunca está en el centro de su historia”. Ella nace y crece en un contexto que la invisibiliza, la ignora y la estigmatiza, siempre. No habla porque no vale la pena hacerlo, desde siempre ha sido y será ignorada. El cuerpo de la niña, su comportamiento, sus expresiones no están organizadas desde aquello que sería adecuado para su edad, ella se organiza desde la sobrevivencia, en todos los niveles, físico, emocional y social.
Ella es como un animal, pero no es un animal, es una niña y el hombre, a lo largo de la obra descubre a ese ser, establece un vínculo que lo confronta con su propia naturaleza compasiva y cariñosa. Ese vínculo lo transforma, como transforma a la niña, que empieza a hacer cosas humanas, como sonreír. El vínculo trasciende lo que debería ser, lo que se espera de un hombre común y una niña salvaje. Aquel primer impulso de bondad en esta sociedad, es también una barbaridad, es inverosímil y hasta cierto punto inadmisible. La gente normal no recoge niños salvajes.
Durante la obra el hombre se pregunta “¿dónde comenzó todo?”. ¿Cómo es posible que él haya tenido ese impulso?, ¿qué es lo que hizo que se metiera en esta historia?. La autora lanza una y otra vez la pregunta, quizás la respuesta es simple, quizás comenzó con un impulso básico de cuidado, de bondad, una lógica básica que hemos enterrado porque ahora, somos completamente sumisos a las necesidades del sistema, por encima de la vida misma. ¿Por qué lo hizo? el hombre dice “porque es una niña, no un expediente.” Porque debería ser natural la defensa de la vida de cualquier niño o niña del mundo.
Desde la perspectiva de la directora Marcela Castillo: “éste es un texto muy triste y doloroso, pero creemos que también es esperanzador, la existencia de este hombre cualquiera, que se detiene ante la indefensión de la niña y decide cuidarla, es una esperanza. Hubo alguien que fue capaz de mirarla. El hombre y Alice (la niña), establecen un vínculo y generan una relación de cariño y crianza, porque ella responde a los cuidados de él. Creemos que el planteamiento del vínculo es un signo de esperanza”.
Esta historia existe, en muchas formas en el mundo. El niño salvaje representa los niños y niñas que viven en las calles, que son prostituidos, que migran, que mueren de hambre, que son explotados, que son violentados. Y también existen los hombres y mujeres comunes que lanzan comida a un tren lleno de migrantes, que recogen niñas y niños de la calle y los cuidan, que luchan por poner la vida de las infancias, por encima de la estructura. Siguen ese impulso salvaje de bondad y confrontan al sistema, lo fisuran. Así pues, la obra toca esos dos polos: el dolor y la esperanza. El amor y la soledad. El poder del sistema y el poder de los individuos y sus vínculos.
“Desde hace tiempo me he dedicado a las infancias, cuando encontré este texto, me pareció fundamental. Pues en mi experiencia con niños y niñas, de diversos contextos y latitudes, encuentro la urgencia de mostrar la violencia sistémica que viven”, concluye Castillo.
“El niño salvaje” cuenta con las actuaciones de Miguel Romero y Meraqui Pradis, bajo la dirección de Marcela Castillo y la asistencia de Patricia Cancino. La producción es de Alethia Andrade. El diseño de vestuario es de Jerildy Bosch, el diseño de escenografía e iluminación son de Mauricio Ascencio, la música original y producción musical corren a cargo de Aldo Max.
“El niño salvaje” tendrá su temporada del 15 de junio al 9 de julio en el Teatro El Granero, Xavier Rojas del Centro Cultural del Bosque. Las funciones se llevarán a cabo los jueves y viernes 20:00 h., sábados 19:00 h. y domingos 18:00 h.